diciembre 03, 2013

Adivinanza

"No antes de las cuatro... Tú invitas, así que elige el sitio".
A través del teléfono, la voz de esa desconocida no suena mágica, sino tajante. "Es un hada de las nuevas tecnologías, ya verás...", las palabras de quien me ha recomendado contactar con ella para redecorar La 13 se repiten en mi cabeza, así procuro olvidar el regusto amargo que me ha dejado la fugaz conversación.
Al menos, me digo intentando animarme, las diversas llamadas estériles que han precedido a ésa no quedan huérfanas de una respuesta final. Y para empezar a comer cuando la mayoría de las cocinas ya han cerrado, yo siempre tengo un as en la cartera: Lamucca de Pez.
En pleno barrio de Malasaña, aprovechando el espacio de una antigua tahona clausurada hace muchos años, la decoración de sus diversas salas no deja indiferente. Ladrillo, madera, acero, mobiliario con personalidad propia. Y cambiante, porque todo se puede adquirir; bombillas, mesas, velas..., cualquier objeto puede ser tuyo. Todo ello, claro está, aderezado con una muy grata experiencia culinaria
Pese a la hora tardía, el local está lleno y yo soy afortunado una vez más. El encargado me ofrece, "Acaba de quedar libre", su mesa favorita: en un pequeño espacio elevado, la breve barandilla que la rodea es un balcón abierto al local y, como telón de fondo, una amplia cristalera que se abre a la plaza donde se ubica la entrada y, cuando el tiempo lo permite, la terraza.
Veinte minutos más tarde, mi gesto de apuro ante la silla vacía que aún tengo enfrente, es anulado por el rostro sereno de la camarera y el movimiento de sus labios que me dicen "Espero, espero..." Es otra de las características del restaurante: su personal es cercano, amable, profesional y no hay excepciones. Están trabajando, sí... también se ocupan de regalarte un servicio excelente.
Media hora y solo aún. El vino es rico y la segunda copa empieza a mostrar demasiado cristal; si mi acompañante no viene pronto, o bien, yo no distraigo mis sentidos de otra manera, al final no habrá nada de qué hablar. Y como el aburrimiento es la antesala de los mejores juegos, me pongo a jugar...
Sobre la pared que enmarca la cocina abierta al local, hay una pizarra repleta de estrellas de tiza y nombres sobre cada una de ellas. Max, Chelo, Jean, Silvia, Charly..., son los camareros y su saludo personal. ¿Cuál será la estrella de esa chica que cuida de mi soledad? Ojos claros, pelo castaño, su piel fresca es el nacimiento de un río, su cuerpo la exuberancia de una planta tropical y la sonrisa... me ayuda a olvidar que ha pasado casi una hora desde que llegué y sigo solo en la mesa.
- ¿Le sirvo otra, le apetece comer algo?
Va la tercera y una de inolvidables croquetas... Mientras se aleja, mi pregunta para saber qué lugar ocupa en el firmamento, "¿Cuál es la tuya?", se transforma en un simpático desafío, "Tiene dos oportunidades. Si no acierta... se queda con la duda". La nueva copa solo viene acompañada de una mirada divertida. Por suerte, unos minutos después las croquetas traen una pista: su estrella es una de las más pequeñas...
Toni, Carla, Nicole, Andre, Víctor... Tampoco son tantas...
- Hola, soy Mina, siento llegar un poco tarde, el tráfico es una locura y estas calles son complicadas. He preguntado al chico de la entrada y ya me ha dicho... ¿Has empezado sin mí?
El hada, en efecto, aparece de repente y rompe todas mis elucubraciones con esas manos que son como dos turbinas a pleno rendimiento. Tiene prisa, "Me esperan para un trabajo, creo que llego tarde", hambre, "¿Me trae la carta?", poca paciencia, "Pero entonces tú no tienes ni idea, ¿todo lo tendría que hacer yo?", ambición, "¿Cuánto estarías dispuesto a invertir?" y, sobre todo, muy poco respeto, "Lo del 13 habría que quitarlo, ¿eh? Otro número mejor, cualquiera menos el de la mala suerte... Empecemos por ahí".
Nada que hacer. Todo acaba, no hay ninguna posibilidad. Después de agradecerle el tiempo que, en verdad, no me ha dedicado, un "Adiós, que vaya bien", una expresión que hace vudú sobre mi espalda y yo me alejo aliviado en busca de la estrella escondida.
- Eres Nicole -mueca de error, solo tengo otra oportunidad-... ¿Carla?
Su abuelo Antonio no quiso esperar a tener un nieto varón, exigió perpetuar su nombre en cuanto su hija quedó embarazada, me explica cuando ya lo daba todo por perdido. Me presento, "Ahora que nos conocemos, ¿puedes tutearme?" y le agradezco haber roto sus propias reglas.
- No es nada... Otro día que vengas, te cuento el regalo que mi abuela Macarena le hizo a mi hermano.

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